lunes, abril 14, 2008

Ni a cuál irle!!!!

Estamos viviendo una de esas etapas en que lo urgente opaca a lo importante. El debate nacional sobre la reforma energética, si bien podría ser considerado como importante por sus implicaciones de política económica, de soberanía nacional y de política política, es visto por sus principales protagonistas como un asunto de urgente resolución y, al mismo tiempo, como una coyuntura especial para reafirmar o retomar posiciones políticas frente a los siguientes procesos electorales. ¿O acaso será que la defensa que hace AMLO del petróleo esté desligada de su estrategia para convertirse en candidato presidencial en el 2012? Y en la tienda de enfrente, ¿la urgencia por sacar aunque sea una mini reforma no tiene que ver con el pago de facturas por el 2006 y con la necesidad de poner fin a la racha de derrotas en los procesos electorales locales que han tenido en los dos últimos años?

En El Universal de hoy, Ricardo Alemán plantea esa cuestión de ¿a quién irle? o ¿quién tiene la razón? en su columna Itinerario Político. A continuación transcribo algunos párrafos: 

No podemos creer a ciegas en AN, PRI o el “legítimo”

En democracia dicta quien tiene mayoría, no la fuerza

El de la reforma petrolera es uno de los ejemplos más puntuales de la incultura democrática que ataca a una amplia mayoría de mexicanos, sean políticos, gobernantes, dirigentes de partidos o ciudadanos de a pie.

Y en efecto, el debate público por la reforma deja ver preocupantes signos de que esa incultura democrática es casi generalizada y que con frecuencia aplasta al que se atreve a disentir, a pensar distinto, a expresar otra opinión, a pedir congruencia, autocrítica, responsabilidad en la victoria política y en la derrota electoral y, de manera especial, al que pide a los políticos hablar con verdad y bajo reglas éticas.

En esa incultura democrática el otro, el que piensa distinto, el que defiende otro credo, otra idea, otro partido político, o el enamorado de otro líder, no merece el respeto elemental. Al que piensa distinto se le endilgan adjetivos como “traidor”, “vendido”, “corrupto”, “desleal” y otros que exhiben una profunda intolerancia; carencia absoluta de respeto a lo que piensa y cree el otro y que deja ver una cultura conservadora del pensamiento único, el credo único, la verdad única y absoluta, sometimiento al iluminado en turno, a un solo líder, partido o doctrina.

En esa incultura democrática no existen matices, no hay claroscuros y menos lugar para los grises; no caben dudas, opiniones distintas. Todo se reduce a buenos y malos, a buenos contra malos, a salvadores de la patria y traidores a la patria, al México de los buenos y los malos, ricos y pobres, puros y sucios, bien nacidos y/o malnacidos.

... Y por eso, en esa incultura democrática, en ese caldo de polarización entre buenos y malos, germinan frondosos el odio, el resentimiento, la sed de venganza, el comportamiento político inmoral, nada ético y menos democrático.

En ese potaje se cocina la reforma petrolera y en esa nausea unos y otros defienden su iluminismo. Para muchos “democracia” es una palabra maldita.

Dicen el presidente Calderón, su partido y sus socios del PRI, que la penta-reforma petrolera no significa que Pemex se privatiza. ¿Les podemos creer? Sin la influencia del amor y la pasión política o partidista, el sentido común nos dice que no —porque en efecto, existen dudas sobre casos como el de Mouriño, por los antecedentes del gobierno de Fox—, y por tanto primero debemos conocer las reformas, escuchar la opinión de especialistas y, en su caso, protestar a través de los medios legítimos.

Los azules, los enamorados de Calderón defienden la pentarreforma a ciegas y sordas. Pueden estar en lo correcto, pero también es cierto que pueden estar equivocados. Hoy nadie sabe bien a bien quien tiene la verdad y quien miente. Pero tarde o temprano se sabrá la verdad.

Dice el “legítimo” —le decimos “legítimo” porque AMLO se autoproclamó así, como “legítimo”—, que el gobierno “espurio” de Calderón, el PAN y sus socios del PRI son un puñado de perversos que quieren privatizar Pemex para enriquecer a sus familias, y que la penta-reforma es una privatización simulada. ¿Podemos creerle al “legítimo”? Es posible que tenga razón, que en efecto él sea el bueno y los otros los malos.

Pero también es posible que el “legítimo” esté mintiendo otra vez. El sentido común aconseja que no podemos creerle a ciegas y sordas, a pesar de que seguidores y fanáticos que lo consideran el salvador de la patria, montan ofrendas en su nombre y organizan comandos de resistencia para dar la vida, si es necesario, por la salvación del petróleo. No podemos creer en quien organiza un golpe de Estado contra el Congreso, “clausura” la casa del parlamento, censura la expresión de las ideas políticas y la libertad de expresión.

La sensatez dicta que igual que no podemos creer en las promesas de Calderón, del PAN y de sus socios del PRI, tampoco debemos creer en un mesías que ha demostrado no respetar nada y a nadie. Alejados de la pasión y el fanatismo, y a la luz de la cultura golpista y fascista de AMLO, de su talante nada democrático, de sus mentiras sobre el supuesto fraude, del engaño en la asignación de las obras de los segundos pisos —cuya auditoria se escondió por 10 años—, de su nada clara sociedad mafiosa con los Bejarano y Ponce, y ante el cochinero que promovió en la reciente elección del PRD —del que es responsable en buena medida— no podemos creer en un político como López Obrador. Sin embargo, los que creen en él tienen todo el derecho de sostener y defender su creencia, totalmente respetable.

¿Y entonces? ¿Qué vamos a hacer como ciudadanos si unos creen en un político y un proyecto, y otros en otro político y otro proyecto?

Bueno, para eso se inventó la democracia. El dilema que enfrentamos hoy los mexicanos en torno a las reformas petroleras, es el mismo dilema que dio origen a la democracia.

Sí, en democracia un dilema como el petrolero debe resolverse como lo dicta la mayoría, porque esas son las reglas que todos dimos. Y sí, al que no le guste, que consiga su mayoría y cambie las reglas.

Hasta aquí la cita. Todo este escándalo mediático contribuye al ambiente de crispación y polarización en que vivimos desde hace algún tiempo en este país y que se agudizó después de las elecciones de julio de 2006. Pero los graves problemas nacionales siguen vigentes y poco se hace para remediarlos. Entre ellos hay que mencionar el de la pobreza, que afecta a más de la mitad de la población del país, y que con reforma petrolera y sin reforma petrolera seguirán en la marginación. Uno más es el de la falta de confianza y credibilidad en las instituciones. Y esto no es privativo de AMLO y sus seguidores. Eso pasa en todos los niveles socioeconómicos. Otro problema es el de la pérdida de soberanía interna del Estado mexicano, el que se ejemplifica diafanamente con la manta colocada en un puente peatonal en una de las principales avenidas de Nuevo Laredo, mediante el cual los Zetas invitan a militares y ex militares a unírseles (ver foto). El deterioro del sistema educativo nacional no permite (lo mismo que las tendencias del empleo en la globalización) que exista la movilidad social que funcionó más o menos bien hasta los años sesenta del siglo pasado.  Y así podríamos seguir enumerando problemas y problemas que siguen creciendo mientras nuestra clase política sigue presa de sus ambiciones y de sus luchas por el poder y el dinero. La perspectiva no es agradable desde este Observatorio Purhépecha (o P´urhépecha como quieren ellos). (Foto: Noticias de Tamaulipas).

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