Los ricos también lloran!!!! 50 años de telenovelas en México
Vaya escándalo y berrinche que han armado los medios electrónicos de comunicación (radio y TV) por la aprobación de la reforma electoral en el Senado de la república. Ya varios comentaristas han escrito sobre el maravilloso reality show que organizaron el martes 11 de septiembre (fecha con carga simbólica) los empresarios de la radio y la televisión acompañados por sus empleados los presentadores y locutores de los principales programas de tales medios.
Coincidentemente en estos días he estado leyendo el libro La Otra Guerra Secreta, Los archivos prohibidos de la prensa y el poder, de Jacinto Rodríguez Munguía, publicado en la serie Debate de Random House Mondadori México. Creo que la lectura de esta obra nos permite entender mejor el fenómeno actual, las perversas relaciones que desde siempre se han dado entre el poder y los medios de comunicación en nuestro país.
El libro es el resultado de la investigación que su autor, periodista que ha trabajado en Milenio Semanal, Proceso y Emeequis, entre otros medios, realizó en el Archivo General de la Nación a partir de que se desclasificaron los archivos que durante años permanecieron como top secret de las administraciones priistas. A partir de su lectura se confirma lo que durante muchos años sólo se percibía o se sospechaba: la profunda imbricación que existía (y sigue existiendo) entre los gobiernos en turno y los medios de comunicación en nuestro país (incluyendo, desde luego, a los escritos: periódicos y revistas). (Ver aquí una nota de Lorenzo Meyer sobre este libro).
Y digo que sigue existiendo pues de qué otra forma se pueden entender varios hechos ocurridos ya sin el PRI en el poder ejecutivo: el Chiquihuitazo (que permitió a Fox cubrirse de gloria con el famoso: "¿y yo porqué?" cuando se exigía su intervención para frenar el acto delincuencial de TV Azteca al apoderarse de las instalaciones de CNI Canal 40); el decretazo mediante el cual la señora Marta Sahagún, por intermedio de su cónyuge, devolvió a los concesionarios el 12.5% del tiempo aire que estaban obligados a cubrir al Estado, como parte de sus obligaciones fiscales; la cancelación de adeudos fiscales de la Cooperativa Excélsior, claro, una vez que fue adquirida por uno de los empresarios consentidos del sexenio foxista, Olegario Vázquez Raña (quien, coincidentemente, hizo gerente de relaciones públicas del Hotel Camino Real Ciudad de México, de su propiedad, a Cristina Fox, la hija de Chente). Y así podríamos seguir hasta la aprobación unánime de la llamada Ley Televisa, que concedía a los concesionarios de radio y TV el uso, sin pago de derecho alguno, de la banda ancha que el desarrollo tecnológico posibilitó en el espectro radioeléctrico, con lo cual podrían ofrecer servicios adicionales, no contemplados en el título de concesión, incrementando estratosféricamente sus ingresos prácticamente sin invertir nada.
Lo que hace diferente a la relación actual entre los medios y el poder político a la de hace dos o tres décadas es que ahora el poder efectivo reside en los medios. La transición del autoritarismo a la democracia acotada que tenemos en la actualidad permitió que el equilibrio del poder se modificara y que cada vez sean más importantes (o al menos más visibles) los llamados poderes fácticos: los empresarios, los medios de comunicación, la iglesia, etc. Es impresionante leer en el libro de Rodríguez Munguía todas las disposiciones emitidas por la Secretaría de Gobernación para mantener los "valores" mexicanos frente a la amenaza comunista (en la que podía caber cualquier cosa que no gustara a los personeros del régimen) y las medidas utilizadas por las autoridades para garantizar la obediencia de los medios. Pero igualmente reveladoras resultan las evidencias duras de la anuencia y aun el gusto de los dueños de los medios y de gran parte de los periodistas por congraciarse con el poder. De alguna forma me hicieron recordar la película La vida de los otros, en la que se develan los mecanismos de control aplicados por la Stazi, la policía política de Alemania del Este, pero también la colaboración que muchos ciudadanos le prestaban para denunciar a quienes pensaban o actuaban de manera diferente a la oficial.
Y como los dueños de los medios de comunicación sienten que ahora son ellos quienes tienen el poder no soportan que se insurreccionen los legisladores y se atrevan a atentar en contra de sus multimillonarias ganancias, por lo cual han puesto el grito en el cielo y una campaña "por la libertad" en sus pantallas. De ahí la histeria que vemos, sobre todo en TV Azteca, en donde uno de los principales amanuenses, Sergio Sarmiento, llama a una cruzada nacional por la libertad y exige un referéndum, claro que dando un tiempo prudente para que las manipulaciones electrónicas puedan surtir efecto. Y ahí tenemos a Joaquín López Dóriga (a quien el oligofrénico Pedro Ferriz no se atrevería a llamar Joaquín López) convertido en un ardiente defensor de la libertad, sí pero de la libertad de sus patrones para seguir esquilmando y "entreteniendo" al pueblo mexicano.
Por lo pronto creo que resulta esclarecedor el siguiente artículo:
Coincidentemente en estos días he estado leyendo el libro La Otra Guerra Secreta, Los archivos prohibidos de la prensa y el poder, de Jacinto Rodríguez Munguía, publicado en la serie Debate de Random House Mondadori México. Creo que la lectura de esta obra nos permite entender mejor el fenómeno actual, las perversas relaciones que desde siempre se han dado entre el poder y los medios de comunicación en nuestro país.
El libro es el resultado de la investigación que su autor, periodista que ha trabajado en Milenio Semanal, Proceso y Emeequis, entre otros medios, realizó en el Archivo General de la Nación a partir de que se desclasificaron los archivos que durante años permanecieron como top secret de las administraciones priistas. A partir de su lectura se confirma lo que durante muchos años sólo se percibía o se sospechaba: la profunda imbricación que existía (y sigue existiendo) entre los gobiernos en turno y los medios de comunicación en nuestro país (incluyendo, desde luego, a los escritos: periódicos y revistas). (Ver aquí una nota de Lorenzo Meyer sobre este libro).
Y digo que sigue existiendo pues de qué otra forma se pueden entender varios hechos ocurridos ya sin el PRI en el poder ejecutivo: el Chiquihuitazo (que permitió a Fox cubrirse de gloria con el famoso: "¿y yo porqué?" cuando se exigía su intervención para frenar el acto delincuencial de TV Azteca al apoderarse de las instalaciones de CNI Canal 40); el decretazo mediante el cual la señora Marta Sahagún, por intermedio de su cónyuge, devolvió a los concesionarios el 12.5% del tiempo aire que estaban obligados a cubrir al Estado, como parte de sus obligaciones fiscales; la cancelación de adeudos fiscales de la Cooperativa Excélsior, claro, una vez que fue adquirida por uno de los empresarios consentidos del sexenio foxista, Olegario Vázquez Raña (quien, coincidentemente, hizo gerente de relaciones públicas del Hotel Camino Real Ciudad de México, de su propiedad, a Cristina Fox, la hija de Chente). Y así podríamos seguir hasta la aprobación unánime de la llamada Ley Televisa, que concedía a los concesionarios de radio y TV el uso, sin pago de derecho alguno, de la banda ancha que el desarrollo tecnológico posibilitó en el espectro radioeléctrico, con lo cual podrían ofrecer servicios adicionales, no contemplados en el título de concesión, incrementando estratosféricamente sus ingresos prácticamente sin invertir nada.
Lo que hace diferente a la relación actual entre los medios y el poder político a la de hace dos o tres décadas es que ahora el poder efectivo reside en los medios. La transición del autoritarismo a la democracia acotada que tenemos en la actualidad permitió que el equilibrio del poder se modificara y que cada vez sean más importantes (o al menos más visibles) los llamados poderes fácticos: los empresarios, los medios de comunicación, la iglesia, etc. Es impresionante leer en el libro de Rodríguez Munguía todas las disposiciones emitidas por la Secretaría de Gobernación para mantener los "valores" mexicanos frente a la amenaza comunista (en la que podía caber cualquier cosa que no gustara a los personeros del régimen) y las medidas utilizadas por las autoridades para garantizar la obediencia de los medios. Pero igualmente reveladoras resultan las evidencias duras de la anuencia y aun el gusto de los dueños de los medios y de gran parte de los periodistas por congraciarse con el poder. De alguna forma me hicieron recordar la película La vida de los otros, en la que se develan los mecanismos de control aplicados por la Stazi, la policía política de Alemania del Este, pero también la colaboración que muchos ciudadanos le prestaban para denunciar a quienes pensaban o actuaban de manera diferente a la oficial.
Y como los dueños de los medios de comunicación sienten que ahora son ellos quienes tienen el poder no soportan que se insurreccionen los legisladores y se atrevan a atentar en contra de sus multimillonarias ganancias, por lo cual han puesto el grito en el cielo y una campaña "por la libertad" en sus pantallas. De ahí la histeria que vemos, sobre todo en TV Azteca, en donde uno de los principales amanuenses, Sergio Sarmiento, llama a una cruzada nacional por la libertad y exige un referéndum, claro que dando un tiempo prudente para que las manipulaciones electrónicas puedan surtir efecto. Y ahí tenemos a Joaquín López Dóriga (a quien el oligofrénico Pedro Ferriz no se atrevería a llamar Joaquín López) convertido en un ardiente defensor de la libertad, sí pero de la libertad de sus patrones para seguir esquilmando y "entreteniendo" al pueblo mexicano.
Por lo pronto creo que resulta esclarecedor el siguiente artículo:
14 Sep. 07 Como dice el maestro: las cosas hay que decirlas cuando duelen. Trabajo en los medios. Soy periodista de la radio y la televisión. He seguido de cerca, como muchos otros, los acontecimientos más relevantes de este país en materia legislativa, política y social de los últimos años. Creo que frente a los insólitos acontecimientos que hemos presenciando millones de mexicanos en los últimos días, la abstención y el disimulo no tienen cabida. Me pronuncio, desde aquí, abiertamente a favor de la reforma electoral aprobada la noche del miércoles por el Senado de la República. Me pronuncio en contra del despliegue de fuerza e intimidación que se ha desatado en el más amplio espectro de los medios en el país en contra de los poderes establecidos, particularmente los del Congreso, por razones que distan mucho de las esgrimidas en esta pretendida cruzada libertaria. Me preocupa el tufillo golpista que percibo en algunos de mis colegas. No comparto en modo alguno la idea de que esta reforma constitucional ponga en riesgo ni mi libertad, ni la de ningún ciudadano de este país, para expresar opiniones de ningún tipo. Sí creo que la reforma significa un paso trascendente para la vida democrática de México. Se abordan en ella aspectos fundamentales que restituirían a los ciudadanos -si la Cámara baja y los congresos de los estados votan a su favor- el mínimo de confianza y certidumbre que requiere una elección. Con ella se desmontaría un esquema de competencia electoral que ha sido rebasado y distorsionado hasta el extremo. ¿O alguien cree en serio que México aguanta otra elección como la del 2006? ¿O que se pueda soportar que sigamos teniendo procesos escandalosos como el de Veracruz de hace algunas semanas? ¿O peor aún, ver con impotencia la construcción de candidaturas anticipadas como la de Peña Nieto con padrinos identificables? No, esto no aguanta más. Lo que está de por medio es la viabilidad de una vida democrática equilibrada, exenta de intervenciones indebidas, en donde la voluntad popular se exprese simple y llanamente en las urnas, sin más estímulos que los que marca la ley. Se trata -y no es poca cosa- de lo que dijo con todas sus letras, el miércoles por la noche, uno de los hombres cuya biografía política ha cruzado, no sin heridas, por esa realidad inocultable. Santiago Creel decía que esta reforma "...versa sobre los límites que debe tener el dinero sobre las campañas políticas... es el dinero lo que ha pervertido la relación entre medios electrónicos, partidos y candidatos, donde se mezclan intereses económicos, comerciales, políticos e informativos". Habló de esa relación "...en la que nadie o casi nadie puede arrojar la primera piedra, y hay que decirlo con claridad, yo por delante, esa relación en la que políticos y medios somos corresponsables". Y sí, es el dinero el que dio al traste con el modelo de competencia electoral que hoy naufraga, pero no por el dinero mismo. Pudo mantenerse el esquema actual -diseñado hace algunos años en los albores de la democracia electoral- que privilegia los recursos públicos sobre los privados y que ha significado una parte importante de los ingresos que recibe esta industria. Pudo haber sido, si no se hubieran cometido los excesos por cuenta de unos y otros. Los partidos permitieron que la fórmula de crecimiento de los recursos públicos destinados a elecciones fuera creciendo hasta convertirse en una cifra monstruosa, inaceptable, para un país como el nuestro ("la democracia más cara del mundo"). Por su parte, la estructura de poder instalada en la esfera mediática llevó también las cosas al límite, al aprovechar indebidamente el sometimiento de candidatos y partidos en este modelo que los induce desesperadamente a la obtención de recursos y espacios por las más distintas vías, lícitas o ilícitas. Nadie puede ahora llamarse a sorpresa después de lo ocurrido el año pasado. El sometimiento de candidatos y partidos a un esquema de esta naturaleza y con un régimen de concesiones que ha permitido una de las más altas concentraciones en el mundo, hizo posible la aprobación de leyes federales como las de radio y televisión y telecomunicaciones que significaron para la clase política una franca humillación. El yugo del esquema nos mostró -salvo honrosas excepciones- a una clase política disminuida y timorata que se permitió renunciar al interés general. Hoy buscan su reivindicación. Ojalá lo logren. Legisladores como Pablo Gómez -que carga con el estigma que le dejó la ley de medios- resurgen hoy con firmeza. La votación de la reforma dijo, es un hecho emancipador. Para que no quede duda de cuál es el punto. La reforma nos ahorraría escándalos como los ya vividos. ¿Qué fueron -si no producto de esto- los "Amigos de Fox", el "Pemexgate" o el caso Ahumada? Nadie se salva. En los tres casos, en los tres partidos, la búsqueda por recursos para competir. A costa de lo que sea. ¿Alguien sabe cuántas campañas en el país han sido financiadas por intereses inconfesables? ¿Sabemos hasta dónde llega el narcotráfico? ¿No sería suficiente con saber que por lo menos la tercera parte de los spots, transmitidos en la República durante 2006, tienen una procedencia desconocida? |
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