jueves, octubre 11, 2007

Novedades y remembranzas morelianas

Rica en eventos culturales la ciudad de Morelia. El sábado antepasado, 29 de septiembre, en el marco de las festividades del aniversario del natalicio del cura Morelos, se inauguró la librería Luis González y González del Fondo de Cultura Económica en el antiguo Palacio Federal de esta ciudad. No solo contamos hoy con una nueva librería muy bien acondicionada y más o menos bien surtida, sino que en un plano más personal debo decir que por su ubicación me trae muy gratas remembranzas de mi cada vez más lejana infancia y juventud: ahí vivían mis abuelos y yo pasaba con ellos un mes de vacaciones cada año. Mi abuelo paterno, Antonio Ruiz Huerta, era empleado de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público. Hasta donde recuerdo, era una mezcla de oficinista, ayudante de cajero y jefe de intendencia y la Oficina Federal de Hacienda le proporcionaba vivienda en la azotea del Palacio Federal. Era el encargado de abrir temprano las oficinas para que la gente de limpieza entrara a trabajar. Los días feriados tenía la obligación de izar y arriar la bandera nacional a las seis de la mañana y a las seis de la tarde, respectivamente. Todos los días llevaba el dinero recaudado por Hacienda a la sucursal del Banco Nacional de México (la única que había en Morelia) ubicada en el portal que está detrás de la catedral. Era una persona muy estimada por todos los que lo conocían y en compañía de mi abuela, Micaela Equihua Chávez, fueron padrinos de bautizo de más de tres docenas de niños (hasta dónde yo alcancé a llevar la cuenta). Dado que yo era el nieto mayor, de alguna manera fui el consentido de mis abuelos, quienes tras pasar navidad y año nuevo en el DF con sus tres hijos, me traían a Morelia con ellos, viajando siete horas en el autobús Tres Estrellas de Oro. Y ahí me la pasaba yo, en la enorme azotea (tres cuartos de manzana) del Palacio Federal, jugando con unos pesados mosquetones de tiempos de la Revolución, envolviéndome en la bandera nacional, y leyendo, sobre todo leyendo, viejas novelas por entregas, que estaban arrinconadas en alguna de las habitaciones de esa casa que ocupaban mis abuelos. Tenía, también, la oportunidad de comprar cuentos (como llamamos en México a lo que en España denominan tebeos y en el mundo anglosajón comics) un mes antes de que aparecieran en la ciudad de México, lo que me hacía sentir un adelantado.

Festival de cine de Morelia

La semana pasada se inauguró también la 5a edición del Festival Internacional de Cine de Morelia, el cual es una enorme oportunidad para el bluff y el exhibicionismo de quienes aspiran a sentirse en el primer mundo (y eso se refleja desde el sitio Web, llamado Morelia Film Fest). Me recuerda, de alguna manera, aquellos tiempos de la Muestra Internacional de Cine en El Roble, a fines de los sesenta y a lo largo de todos los setenta, en que todos quienes nos sentíamos o nos imaginábamos como intelectuales de izquierda acudíamos en tropel, sobre todo a la función de las 10 de la noche, para ponernos al día en cuanto a las novedades cinematográficas, pero más que nada a ver y a ser vistos por los demás. La diferencia que percibo es que aquí el microcosmos es mucho más reducido, así que los apretujones en el lobby del Cinépolis Morelia Centro son mayores; aquí hay alfombra roja, cierre de calle y gran despliegue de medios de comunicación.

Una cosa curiosa que ocurre en Morelia es que a pesar de que la zona de la ciudad cercana al cine sede del Festival está llena de participantes en él (los distingues porque no se quitan el gaffette ni para dormir, abarrotan los cafés del Jardín de Las Rosas, se desesperan ante la lentitud del servicio) la vida cotidiana continúa a su ritmo habitual: las adolescentes de calcetas y uniforme escolar que salen de la escuela vespertina esperan su transporte en las esquinas, las parejas de noviecitos calenturientos aprovechan cualquier resquicio para dar rienda suelta a sus aproximaciones físicas, las señoras gordas arrean a su prole en el centro histórico, los plantones de maestros (en la Plaza de Armas) y de Antorchistas (en la Plaza Ocampo) transcurren con el mismo hastío de todo el verano, una marcha de indígenas llega desde las Tarascas hasta el Palacio de Gobierno y se instala ahí mientras un líder viejo hace un recuento de agravios con su voz lenta y cansada.... en fin, con film fest o sin él, business as usual. Incluso las putas callejeras de la esquina de Santiago Tapia y Gómez Farías, frente al cine, se niegan a perder su lugar de costumbre, pese al alboroto que concita la alfombra roja para la premiere de la película de Gael.

Y ya se anuncian para fines de este mes el Encuentro de Poetas del Mundo Latino y para noviembre el Festival Internacional de Música. Seguiremos reportando.