SIN SALIDA II
Hace unos días escribí aquí mismo (SIN SALIDA) que el empecinamiento de AMLO por obtener la presidencia de la República dejaba poco o ningún margen para la negociación política. A partir de entonces la situación se ha enconado: por una parte, Andrés Manuel se prepara ya, en el mejor estilo del siglo XIX, a proclamarse (con el voto por aclamación de los Convencionistas) presidente legítimo de México. Por el lado de enfrente, Fox declara ganador a Felipín y provoca diciendo que el conflicto postelectoral en México se reduce a una calle. Y mientras tanto la situación en Oaxaca se agrava cada vez más, el narco sigue desatado asesinando rivales, policías y jueces, y el país entero está al pendiente de la saga de los pescadores náufragos.
En ese marco tan revuelto me parece muy útil como elemento explicativo de lo que está ocurriendo el análisis publicado por Lorenzo Meyer ayer en Reforma. Por eso lo transcribo a continuación:
Claves
Desde el México inconforme, la gran movilización electoral terminó en inmovilidad. Por eso han perdido confianza en el entramado institucional
Incomprensible o inaceptable
Para algunos que observan al país desde arriba, la parte de abajo resulta políticamente incomprensible ("se volvieron locos", "siguen a un mesiánico"). Para otros que lo ven desde abajo, la parte de arriba resulta inaceptable ("corruptos sin llenaderas"). Cada vez más, "el otro" ya no es el opositor con el que se tiene y se debe negociar, sino un enemigo a destruir.
Clásico
Dar con una explicación clara y general sobre la naturaleza de la actual coyuntura política mexicana y hacer algún tipo de predicción en torno a su evolución es muy difícil. Justamente como consecuencia de esta gran incertidumbre, hay necesidad de, al menos, intentar un principio de explicación: algunas claves o hipótesis.
En situaciones como la actual, un buen punto de partida es volver la mirada hacia "los clásicos", hacia obras que han pasado la prueba del tiempo. Hace cuatro decenios Pablo González Casanova hizo un notable esfuerzo teórico por descifrar la naturaleza íntima del sistema autoritario posrevolucionario para concluir con un ramillete de propuestas que podía enfilar al país en una dirección positiva.
En su La democracia en México (1965), don Pablo, tras hacer un notable esfuerzo por localizar y explicar las principales variables del sistema, remató con una serie de consideraciones normativas. El objetivo era llevar a los barones del "partido dominante" a concluir que si, desde arriba, iniciaban un proceso de democratización, éste terminaría por beneficiarlos pues podrían cegar los veneros de una futura violencia política y social. El rechazo a su propuesta tuvo consecuencias negativas que todos conocemos. No podemos darnos el lujo de repetir el error.
Definición
Desde luego que los responsables del gobierno actual -el Presidente y todo su círculo de colaboradores- lo mismo que el resto de la élite del poder -los grandes empresarios nacionales y extranjeros, los dueños de los medios, los dignatarios eclesiásticos, Washington-, pueden asegurar que el avance en la democratización es la característica política central de México. Pueden señalar que la extensión y profundización de la democracia política mediante elecciones competidas, libres, imparciales y ciertas, es ya un hecho. En contraste, la oposición de izquierda niega la existencia o significación de tal proceso porque, en su implementación, lo califica de tramposo e inútil y manifiesta su descontento con marchas y plantones. Hoy izquierda y derecha se acusan de una mala fe del tamaño de una catedral.
Una forma de superar una visión tan polarizada y organizar la discusión para encaminarnos por el camino adecuado, es partir de definiciones que valgan de guía para explorar la entraña de la política mexicana. La definición más simple de democracia, aquella que se centra y se queda en la formalidad de elecciones libres, equitativas y justas, sirve hoy de poco. Si se quiere avanzar en la comprensión de la crisis actual, lo mejor es optar por una definición de más calado, con indicadores más adecuados a nuestra propia historia, como es la que González Casanova propuso en la obra ya citada: "la democracia se mide por la participación del pueblo en el ingreso, la cultura y el poder, y todo lo demás es folklore democrático o retórica" (p. 224).
Ingreso, cultura y poder
El INEGI ya tiene los resultados de la última encuesta de ingreso gasto de los hogares mexicanos, pero ha retrasado su divulgación sin causa justificada. En tales condiciones, sólo queda recurrir a la encuesta del 2004, ésa que nos dice que el 50 por ciento de las familias mexicanas menos favorecidas viven con apenas el 19.3 por ciento del ingreso disponible en tanto que la otra mitad, la afortunada, se queda con el 80.7 por ciento. Así, la igualdad que implica la democracia política y que, supuestamente, sólo se expresa en las jornadas electorales, contrasta brutalmente con una desigualdad social que se vive todos los días y en todos los ámbitos. Aquí hay ya material para entender por qué el fenómeno político se ve de manera tan diferente si el observador se coloca a la derecha o a la izquierda.
Según la definición de González Casanova, el alma o columna vertebral material de la democracia mexicana simplemente no existe. Los programas contra la pobreza -Pronasol-Progresa-Oportunidades- han evitado que las consecuencias de tamaña desigualdad lleguen a los extremos a los que empuja el mercado, pero la desigualdad misma, por definición antidemocrática, no se modifica sino que únicamente se administra.
La segunda variable, la distribución de los bienes culturales en su sentido más amplio y complejo, no se presta fácilmente a medición. Sin embargo, los indicadores más evidentes -los de educación- refuerzan el diagnóstico de una realidad antidemocrática. En un estudio del Banco Mundial se muestra que en 2004 el 50 por ciento de los mexicanos menos afortunados tenían un promedio de educación formal de 5.4 años en tanto que la otra mitad lo tenía de 9.2 años y si el contraste es entre el 10 por ciento más pobre y el más rico, la diferencia es la que hay entre 3.7 y 12.6 años (Descentralización y entrega de servicios para los pobres, 2006, p. 52). Otro estudio encontró que, en la actualidad, el 63 por ciento de los jóvenes de entre 15 y 18 años ya no están en el sistema de educación media superior (Milenio Diario, 21 de agosto), situación que, entre otras cosas, refuerza la desigualdad social, pues la diferencia entre el ingreso promedio de aquellos que cuentan sólo con educación secundaria y los que concluyeron la educación superior, es de 66 por ciento (PNUD, Informe sobre desarrollo humano. México 2002 [México, 2003, p. 97]). Encima, la calidad de la educación que se ofrece a las mayorías deja mucho que desear, como indica el que, en una comparación hecha entre los alumnos de secundaria de 40 países, los mexicanos ocuparan el último lugar (Sergio Aguayo [ed.], México en cifras, 2002, p. 84).
¿Y la participación real del pueblo en el poder? En realidad, ésta se reduce al proceso electoral. Sin embargo, es claro que un grupo significativo sigue al margen incluso de la participación formal pues ni siquiera se acerca a las urnas. Por otro lado, la Tercera encuesta nacional sobre cultura política y prácticas ciudadanas de Segob nos dice que en el 2005 apenas el 31 por ciento de los ciudadanos calificó a México como una democracia, sólo el 26 por ciento se declaró satisfecho o muy satisfecho con ella y menos de la mitad (41 por ciento) consideró que los ciudadanos influyan mucho en el proceso político.
En ausencia de instrumentos como el referéndum, el plebiscito, la consulta popular o las candidaturas ciudadanas, el ejercicio del poder está capturado por la clase política, por las oligarquías de los partidos y por los poderes fácticos. El grueso de los mexicanos realmente tiene poco que decir sobre el ejercicio efectivo del poder.
El meollo del problema
La definición formal de democracia permite tener una visión más o menos optimista de la evolución de México en este campo, pero no la sustantiva, la de González Casanova. Y es quizá en esta contradicción donde se puede encontrar un principio de explicación de la crisis postelectoral en que está sumido el país.
Tras la larga y dura batalla librada por las fuerzas democráticas de 1968 al 2000, se logró hacer realidad la igualdad política formal, aunque de manera deficiente, incluso en sus propios términos, pues el actual conflicto postelectoral ha mostrado, entre otros indicadores inaceptables, la existencia de casillas que tienen más votos que las boletas que oficialmente fueron entregadas.
Sin embargo, esa igualdad formal contrasta, y mucho, con la desigualdad real. De ahí la gran frustración y el enojo de una buena parte de los que votaron por la izquierda, pues ese grupo encuentra inaceptable un sistema que por un lado alienta su participación como votante pero por otro, y mediante lo que ve como manipulación y fraude, termina por legitimar un statu quo que impide acceder a eso que se ha definido como la "ciudadanía social" y que es justamente lo que implica la definición de democracia propuesta hace 40 años por González Casanova.
Desde el México inconforme, la gran movilización electoral terminó en inmovilidad. Pero no todo sigue igual: para los insatisfechos se ha perdido la confianza en un entramado institucional que tanto tiempo, sacrificio y recursos costó. La naturaleza del futuro político inmediato depende en buena medida de la acción de los inconformes, pero nadie sabe, ni ellos mismos, cómo, hacia dónde y hasta dónde se van a mover en su desafío al México que sí acepta la distribución del poder y el proyecto que oficialmente salió de las urnas el 2 de julio. El signo de los tiempos es la incertidumbre.
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En ese marco tan revuelto me parece muy útil como elemento explicativo de lo que está ocurriendo el análisis publicado por Lorenzo Meyer ayer en Reforma. Por eso lo transcribo a continuación:
Claves
Desde el México inconforme, la gran movilización electoral terminó en inmovilidad. Por eso han perdido confianza en el entramado institucional
Incomprensible o inaceptable
Para algunos que observan al país desde arriba, la parte de abajo resulta políticamente incomprensible ("se volvieron locos", "siguen a un mesiánico"). Para otros que lo ven desde abajo, la parte de arriba resulta inaceptable ("corruptos sin llenaderas"). Cada vez más, "el otro" ya no es el opositor con el que se tiene y se debe negociar, sino un enemigo a destruir.
Clásico
Dar con una explicación clara y general sobre la naturaleza de la actual coyuntura política mexicana y hacer algún tipo de predicción en torno a su evolución es muy difícil. Justamente como consecuencia de esta gran incertidumbre, hay necesidad de, al menos, intentar un principio de explicación: algunas claves o hipótesis.
En situaciones como la actual, un buen punto de partida es volver la mirada hacia "los clásicos", hacia obras que han pasado la prueba del tiempo. Hace cuatro decenios Pablo González Casanova hizo un notable esfuerzo teórico por descifrar la naturaleza íntima del sistema autoritario posrevolucionario para concluir con un ramillete de propuestas que podía enfilar al país en una dirección positiva.
En su La democracia en México (1965), don Pablo, tras hacer un notable esfuerzo por localizar y explicar las principales variables del sistema, remató con una serie de consideraciones normativas. El objetivo era llevar a los barones del "partido dominante" a concluir que si, desde arriba, iniciaban un proceso de democratización, éste terminaría por beneficiarlos pues podrían cegar los veneros de una futura violencia política y social. El rechazo a su propuesta tuvo consecuencias negativas que todos conocemos. No podemos darnos el lujo de repetir el error.
Definición
Desde luego que los responsables del gobierno actual -el Presidente y todo su círculo de colaboradores- lo mismo que el resto de la élite del poder -los grandes empresarios nacionales y extranjeros, los dueños de los medios, los dignatarios eclesiásticos, Washington-, pueden asegurar que el avance en la democratización es la característica política central de México. Pueden señalar que la extensión y profundización de la democracia política mediante elecciones competidas, libres, imparciales y ciertas, es ya un hecho. En contraste, la oposición de izquierda niega la existencia o significación de tal proceso porque, en su implementación, lo califica de tramposo e inútil y manifiesta su descontento con marchas y plantones. Hoy izquierda y derecha se acusan de una mala fe del tamaño de una catedral.
Una forma de superar una visión tan polarizada y organizar la discusión para encaminarnos por el camino adecuado, es partir de definiciones que valgan de guía para explorar la entraña de la política mexicana. La definición más simple de democracia, aquella que se centra y se queda en la formalidad de elecciones libres, equitativas y justas, sirve hoy de poco. Si se quiere avanzar en la comprensión de la crisis actual, lo mejor es optar por una definición de más calado, con indicadores más adecuados a nuestra propia historia, como es la que González Casanova propuso en la obra ya citada: "la democracia se mide por la participación del pueblo en el ingreso, la cultura y el poder, y todo lo demás es folklore democrático o retórica" (p. 224).
Ingreso, cultura y poder
El INEGI ya tiene los resultados de la última encuesta de ingreso gasto de los hogares mexicanos, pero ha retrasado su divulgación sin causa justificada. En tales condiciones, sólo queda recurrir a la encuesta del 2004, ésa que nos dice que el 50 por ciento de las familias mexicanas menos favorecidas viven con apenas el 19.3 por ciento del ingreso disponible en tanto que la otra mitad, la afortunada, se queda con el 80.7 por ciento. Así, la igualdad que implica la democracia política y que, supuestamente, sólo se expresa en las jornadas electorales, contrasta brutalmente con una desigualdad social que se vive todos los días y en todos los ámbitos. Aquí hay ya material para entender por qué el fenómeno político se ve de manera tan diferente si el observador se coloca a la derecha o a la izquierda.
Según la definición de González Casanova, el alma o columna vertebral material de la democracia mexicana simplemente no existe. Los programas contra la pobreza -Pronasol-Progresa-Oportunidades- han evitado que las consecuencias de tamaña desigualdad lleguen a los extremos a los que empuja el mercado, pero la desigualdad misma, por definición antidemocrática, no se modifica sino que únicamente se administra.
La segunda variable, la distribución de los bienes culturales en su sentido más amplio y complejo, no se presta fácilmente a medición. Sin embargo, los indicadores más evidentes -los de educación- refuerzan el diagnóstico de una realidad antidemocrática. En un estudio del Banco Mundial se muestra que en 2004 el 50 por ciento de los mexicanos menos afortunados tenían un promedio de educación formal de 5.4 años en tanto que la otra mitad lo tenía de 9.2 años y si el contraste es entre el 10 por ciento más pobre y el más rico, la diferencia es la que hay entre 3.7 y 12.6 años (Descentralización y entrega de servicios para los pobres, 2006, p. 52). Otro estudio encontró que, en la actualidad, el 63 por ciento de los jóvenes de entre 15 y 18 años ya no están en el sistema de educación media superior (Milenio Diario, 21 de agosto), situación que, entre otras cosas, refuerza la desigualdad social, pues la diferencia entre el ingreso promedio de aquellos que cuentan sólo con educación secundaria y los que concluyeron la educación superior, es de 66 por ciento (PNUD, Informe sobre desarrollo humano. México 2002 [México, 2003, p. 97]). Encima, la calidad de la educación que se ofrece a las mayorías deja mucho que desear, como indica el que, en una comparación hecha entre los alumnos de secundaria de 40 países, los mexicanos ocuparan el último lugar (Sergio Aguayo [ed.], México en cifras, 2002, p. 84).
¿Y la participación real del pueblo en el poder? En realidad, ésta se reduce al proceso electoral. Sin embargo, es claro que un grupo significativo sigue al margen incluso de la participación formal pues ni siquiera se acerca a las urnas. Por otro lado, la Tercera encuesta nacional sobre cultura política y prácticas ciudadanas de Segob nos dice que en el 2005 apenas el 31 por ciento de los ciudadanos calificó a México como una democracia, sólo el 26 por ciento se declaró satisfecho o muy satisfecho con ella y menos de la mitad (41 por ciento) consideró que los ciudadanos influyan mucho en el proceso político.
En ausencia de instrumentos como el referéndum, el plebiscito, la consulta popular o las candidaturas ciudadanas, el ejercicio del poder está capturado por la clase política, por las oligarquías de los partidos y por los poderes fácticos. El grueso de los mexicanos realmente tiene poco que decir sobre el ejercicio efectivo del poder.
El meollo del problema
La definición formal de democracia permite tener una visión más o menos optimista de la evolución de México en este campo, pero no la sustantiva, la de González Casanova. Y es quizá en esta contradicción donde se puede encontrar un principio de explicación de la crisis postelectoral en que está sumido el país.
Tras la larga y dura batalla librada por las fuerzas democráticas de 1968 al 2000, se logró hacer realidad la igualdad política formal, aunque de manera deficiente, incluso en sus propios términos, pues el actual conflicto postelectoral ha mostrado, entre otros indicadores inaceptables, la existencia de casillas que tienen más votos que las boletas que oficialmente fueron entregadas.
Sin embargo, esa igualdad formal contrasta, y mucho, con la desigualdad real. De ahí la gran frustración y el enojo de una buena parte de los que votaron por la izquierda, pues ese grupo encuentra inaceptable un sistema que por un lado alienta su participación como votante pero por otro, y mediante lo que ve como manipulación y fraude, termina por legitimar un statu quo que impide acceder a eso que se ha definido como la "ciudadanía social" y que es justamente lo que implica la definición de democracia propuesta hace 40 años por González Casanova.
Desde el México inconforme, la gran movilización electoral terminó en inmovilidad. Pero no todo sigue igual: para los insatisfechos se ha perdido la confianza en un entramado institucional que tanto tiempo, sacrificio y recursos costó. La naturaleza del futuro político inmediato depende en buena medida de la acción de los inconformes, pero nadie sabe, ni ellos mismos, cómo, hacia dónde y hasta dónde se van a mover en su desafío al México que sí acepta la distribución del poder y el proyecto que oficialmente salió de las urnas el 2 de julio. El signo de los tiempos es la incertidumbre.
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